Sugere-se a VEXA, leitura do artigo do escritor e diplomata venezuelano, Teódulo López Meléndez, que por acaso serviu outrora na Embaixada dos eu País em Lisboa. Tem um pensamento e vale a pena ler.
Arquive-se.
Cuando las bombas estallan
por Teódulo López Meléndez
jueves, 20 julio 2006
Lo que estamos viviendo parece ser el punto final de una evolución ya detenida, lo que, si queremos, podemos leer en Nietzsche como el proceso desde la elevación maníaca hasta la mediocridad semidepresiva. La decadencia aparece como un gráfico de movimiento de las economías, con aristas de subidas y caídas, pero siempre marcando la decadencia hasta el hombre estupefacto de hoy. Los dioses ya no hablan, mantienen un larguísimo silencio que ha llevado a los hombres a producir su propio entusiasmo, bajo directa administración, en esta huida hacia delante.
En este mundo de comunicación absoluta conocemos la casa global demasiado bien, lo sabemos todo sobre ella, esta “casa” ha sido desprovista de todo secreto. Nuevas formas de huida han aparecido, nada novedosas, sólo que más macabras. Una falsificación producida por la obnubilación encarnada en hombres que creen en la salvación dejando atrás esta casa, ahora marcada por el viejo sentido apocalíptico: la manera de huir es destruyéndola. Existir deja de ser una droga lo suficientemente poderosa y se procura sustituirla con la otra de la nada, sólo que el terrorista que se inmola parece no confiar sólo en su propia destrucción, tiene dudas sobre la permanencia de la casa después de su partida y busca una “utilidad” (al fin y al cabo le enseñaron siempre que este mundo era utilitario) llevándose por delante pedazos, al menos, de aquello que debe ser abandonado. El seno de la nada está teñido de ofertas, fundamentalmente el de la salvación, pero también de algunas más prácticas como un exquisito número de vírgenes a la espera, aunque eso sea banal, lo importante es volver a encontrarse con los efectos opioides del seno materno.
¿Acaso el terrorista suicida no ha podido hablar, conforme a lo que estableció el psicoanálisis, practicando aquello de que los secretos patógenos dichos no pueden actuar mas? ¿O es que el terrorista suicida ha seguido el camino desconcertado de la glorificación posmortal del Yo en Dios? La batalla entre psicoanálisis y filosofía en procura de una respuesta parece ganarla el primero. EL “instinto de muerte” freudiano que ha llevado al hombre a buscar salida de este mundo encuentra la expresión contemporánea de disolución, para no tener que sentir más, en la muerte “útil” que reconcilia con Dios, dando lugar a una mezcla con la antropología metafísica.
El terrorista suicida ve fluir todo hacia un mal fin. Sobrevivir sin el cuerpo, tesis de las religiones de salvación, es su premisa. La segunda es que forma parte de un grupo que vive, física y moralmente, peor de lo que debería vivir. En el caso del terrorista suicida hay un elemento de descontrol, de dominio total de la desesperación. El que se siente con el agua al cuello y es víctima del pánico, encuentra una “verdad” propiamente terrorífica: hay que destruir al infiel, a quien no cree en “mi Dios”, al culpable perfectamente identificado de la crueldad de la existencia en lo personal y en lo grupal. Las ideas de coexistencia religiosa o de tolerancia son absolutamente contrarias a la mente que quiere viajar hacia la nada huyendo de la casa injusta. La convicción de que el tiempo de desdicha, el infierno de dolores, es insuperable, conlleva a la trágica mezcla de matar al prójimo con la propia inmolación, a una acción entrelazada entre la derrota psíquica adosada con deseos de integración a la divinidad. Podemos decir que el terrorista suicida es alguien que sólo ve lo exterior real, aunque se ampare en una falsificación, en una ceguera total que lo lleva al argumento deico como justificación última.
La presencia de lo político ha sido mal entendida por algunos que ven en el conflicto terrorista una especie de “lucha de clases”, esta vez encarnada por naciones ricas y pobres. Las primeras habrían declarado una especie de “estado de sitio” sobre las segundas, mediante la discriminación en el comercio o la imposición de recetas económicas injustas. Ciertamente existen manifiestas injusticias y discriminaciones en el comercio e intercambio de bienes. La globalización también ha sido mezclada con el efecto terrorista, olvidando que el presente momento es, querámoslo o no, global. La forma de organización social está cambiando con el declive del Estado-nación y con el abandono del hombre a la idea de resistencia en un territorio. El egoísmo de los países ricos contribuye indudablemente al aumento de la pobreza mundial, pero démonos cuenta de que los terroristas que han marcado, posiblemente, el inicio del siglo XXI, jamás han incluido entre sus planteamientos razones de tipo económico o de injusta distribución de la riqueza, sino siempre, razones geopolíticas precisas como la situación del Medio Oriente o razones geopolíticas-religiosas.
El mundo actual está dominado por el hedonismo. Entre otras cosas nos promete una dicha derivada del consumo y de los “aparatos” que excede las eventuales aspiraciones de encontrar la dicha en iluminaciones. Del otro lado, se mantienen sociedades profundamente dominadas por lo metafísico que ven como perversiones inaceptables las prácticas de occidente y rechazan sus usos y hábitos “demoníacos”. Con las diferencias de grado de desarrollo, los hombres viven en todas partes la misma crisis, aunque muchos de ellos lo hagan con hambre y miseria. Al fin y al cabo la dicha que pretende dar el occidente hedonista en otras culturas la da el planteamiento metafísico. El problema radica en la falta de atención del hombre al estado de ruptura actual. El hombre, inmerso en la globalización y atado a una red de Internet donde los dioses no tienen una página web, paradójicamente no están captando lo general extenso imbuidos como están en lo particular obtuso. La paradoja radica en que lo mismo hace la cultura occidental nacida de lo metafísico y llegada a este estado de un hombre-mamarracho hasta las religiones como el islamismo, en su manifestación obcecada, olvidadas de desarrollar argumentadamente y encerradas en un hombre que es incapaz de abandonar momentáneamente su fe puesto que si lo hiciera se convertiría en alguien pensante. Lo cierto es que nadie da una idea segura del mundo y de la vida, ni el consumista occidente ni quienes pretenden destruirlo apostando a una fe ciega.
Comenzamos a ver el mundo como una casa global, como un “seno”, pero, al mismo tiempo, este “seno”, que reproduce al materno, se nos convierte en un lugar inhóspito. La globalización es un extraordinario salto a la visión de humanidad como patria, pero, como humanos, no faltamos a las crisis. Innumerables, desde la ecológica pasando por las injusticias de la distribución de la riqueza, hasta ésta, una brutal, sin duda. Casi vemos la casa común en el momento en que comienza a destruirse, otra paradoja de lo humano. Ciertamente no estamos para manifestaciones religiosas apocalípticas. Estamos, sí, para dar resolución, para usar un término de imagen, a la casa. Muchos han definido al hombre como un animal que se muda. Pues nos estamos mudando y la mudanza es inevitable. La nueva casa hacia donde marchamos es la global, la de todos. Deberemos encontrar, usar y desarrollar una inteligencia multirracional.
Esta casa es finita, no hay duda. Esta casa no podrá funcionar basada exclusivamente en la economía, como no podría basada solamente en una especulación metafísica. Ya lo dije, cuando no veíamos muy lejos el mundo era fácil de comprender. Sobre este mundo hay que lanzar un cable universal e ininterrumpido de mediación que impida verlo todo o con los ojos de la desesperación o como mercancía. No trato de trazar una perspectiva piadosa. Estoy plenamente consciente de lo que ahora también podríamos llamar realpolitik. No obstante, déjenme decir, que no considero piadoso el reclamo de una escala humana. Lo que sé es que tenemos casa para el mundo, pero no tenemos mundo.
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